Immanuel nos explica sobre la cultura de la sociología que es reciente y vigorosa, pero también frágil, y que puede continuar enriqueciéndose sólo si se transforma.
Simplifica el argumento de Durkheim como el Axioma Número 1 de la cultura de la sociología: Existen grupos sociales que tienen estructuras explicables y racionales.
El problema con lo que llamo el Axioma Número 1 no es la existencia de estos grupos, sino su falta de unidad interna. Aquí es donde entra Marx. El busca responder la pregunta: ¿por qué los grupos sociales que supuestamente son una unidad (el significado, al fin y al cabo, de “grupo”) de hecho tienen luchas
internas?
Ha estado muy de moda por algún tiempo argumentar que Marx se equivocó en esto, que la lucha de clases no es el único, o ni siquiera el primario, origen del conflicto social. Se han ofrecido diversos sustitutos: grupos de estatus, grupos de afinidad política, el género, la raza.
Dice que somos marxistas en la forma diluida y denomina el Axioma Número 2 de la cultura de la sociología: Todos los grupos sociales contienen subgrupos que se escalonan según jerarquías y que entran en conflictos entre sí.
Parece que hay algo que se asemeja a un “orden” en la vida social, a pesar del Axioma Número 2. Aquí es donde entra Weber, porque tiene una explicación de la existencia del orden a pesar del conflicto.
ahora simplificamos a Weber, tenemos una explicación razonable para el hecho de que los Estados sean usualmente ordenados, es decir, que las autoridades sean generalmente aceptadas y obedecidas, más o menos o hasta cierto grado.
Axioma Número 3, En la medida en que los grupos/Estados contienen sus conflictos, ello acontece mayormente porque los subgrupos de menor rango conceden legitimidad a la estructura de autoridad del grupo, basados en que esto permite al grupo sobrevivir, y los subgrupos ven ventajas de largo plazo en la supervivencia del grupo.
Este conjunto de axiomas no es un modo sofisticado y mucho menos adecuado de percibir la realidad social. Es un punto de partida, que la mayor parte de nosotros ha internalizado y que opera principalmente al nivel de las premisas no cuestionadas que son asumidas más bien que
debatidas. Esto es lo que denominaré “la cultura de la sociología”. Este, a mi modo de ver, es nuestro legado esencial. Pero de nuevo repito que es el legado de un constructo intelectual que es de reciente data, y si bien este legado es vigoroso, también es frágil.
Un desafío es entonces parte de un proceso, el inicio y no el final del proceso.
El reto de Freud a la operacionalidad misma del concepto de racionalidad formal nos obliga a tomar más en serio el concepto weberiano complementario de racionalidad material, y analizarlo con mayor profundidad de lo que Weber mismo estaba dispuesto a hacerlo. Lo que Freud retó, lo que de hecho tal vez ha destruido, es la utilidad de concepto de racionalidad formal.
El segundo reto que quiero tratar es el reto al eurocentrismo.
El tercer desafío también tiene que ver con el tiempo, no sobre dos visiones del tiempo, sino sobre las múltiples realidades del tiempo, sobre la construcción social del tiempo.
El cuarto reto viene desde afuera de la ciencia social. Ha llegado del surgimiento de un movimiento de conocimiento en las ciencias naturales y las matemáticas que se conoce hoy como estudios de complejidad.
El quinto desafío que quiero discutir es el feminismo.
El sexto y último desafío que trataré es tal vez el más sorprendente de todos y el que menos se discute. Consiste en que la modernidad, la pieza central de todo nuestro trabajo, en realidad nunca existió.
Nos señala que para él los desafíos no son verdades sino mandatos para la reflexión sobre las premisas básicas. Pero juntos constituyen un ataque formidable a la cultura de la sociología y no pueden sernos indiferentes.
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